Cuando leo algo así
como: “Saturno y su eterno enemigo el Sol están en oposición", me quedo pensativo.
Entiendo que a la radiante energía del Sol no siempre le va bien una energía tan restrictiva como suele ser la de Saturno, pero si uno reflexiona un poco más se da cuenta de que en la Naturaleza nada es por casualidad, y mucho menos para “hacernos daño”.
El destino no es un ser sádico que se entretiene en lanzarnos maldiciones, aunque a veces nos lo parezca; más bien es todo lo contrario.
Si recordamos el mito de Dédalo y su hijo Ícaro, que construyó unas alas con plumas de ave y cera para escapar de su encierro en la isla de Creta, nos podemos hacer una idea de lo que puede suceder con un incontrolado temperamento solar: Ícaro quiso volar tan alto que la cera que sostenían sus alas se derritió por el calor del Sol, cayendo al mar y muriendo ahogado.
Dédalo encarnaría en esta historia al prudente y reflexivo Saturno, e Ícaro representaría ese temperamento algo infantil y con un exceso de ambición o de soberbia, propio de un Leo inmaduro, y de su regente el Sol.
Ningún planeta es malo en sí, es sólo su expresión desequilibrada lo que nos trae problemas.
Un exceso de arrogancia y de entusiasmo inmaduro fué la perdición del joven Ícaro.
Si hubiera hecho caso a su experimentado padre (Saturno) cuando le advirtió que no volara tan alto, le hubiera ido mejor.
Cuando Saturno en tránsito se pone en oposición al Sol natal, no trata de impedir que el Sol (nuestra identidad, nuestro yo interior) se exprese como él quiera, sólo está diciéndole:”párate un poco, piensa las cosas dos veces antes de actuar, espera un poco a que las circunstancias mejoren o maduren, etc.”
Y es siempre para que alcancemos una más apropiada expresión de nuestro ser.
Si le hacemos caso iremos alcanzando sabiduría. Pero si no le hacemos caso, la vida nos pondrá impedimentos desde afuera para obligarnos a detenernos: una enfermedad, un accidente, o lo que sea.
No es que Saturno sea malo, sino que a veces actuamos con torpeza.
Entiendo que a la radiante energía del Sol no siempre le va bien una energía tan restrictiva como suele ser la de Saturno, pero si uno reflexiona un poco más se da cuenta de que en la Naturaleza nada es por casualidad, y mucho menos para “hacernos daño”.
El destino no es un ser sádico que se entretiene en lanzarnos maldiciones, aunque a veces nos lo parezca; más bien es todo lo contrario.
Si recordamos el mito de Dédalo y su hijo Ícaro, que construyó unas alas con plumas de ave y cera para escapar de su encierro en la isla de Creta, nos podemos hacer una idea de lo que puede suceder con un incontrolado temperamento solar: Ícaro quiso volar tan alto que la cera que sostenían sus alas se derritió por el calor del Sol, cayendo al mar y muriendo ahogado.
Dédalo encarnaría en esta historia al prudente y reflexivo Saturno, e Ícaro representaría ese temperamento algo infantil y con un exceso de ambición o de soberbia, propio de un Leo inmaduro, y de su regente el Sol.
Ningún planeta es malo en sí, es sólo su expresión desequilibrada lo que nos trae problemas.
Un exceso de arrogancia y de entusiasmo inmaduro fué la perdición del joven Ícaro.
Si hubiera hecho caso a su experimentado padre (Saturno) cuando le advirtió que no volara tan alto, le hubiera ido mejor.
Cuando Saturno en tránsito se pone en oposición al Sol natal, no trata de impedir que el Sol (nuestra identidad, nuestro yo interior) se exprese como él quiera, sólo está diciéndole:”párate un poco, piensa las cosas dos veces antes de actuar, espera un poco a que las circunstancias mejoren o maduren, etc.”
Y es siempre para que alcancemos una más apropiada expresión de nuestro ser.
Si le hacemos caso iremos alcanzando sabiduría. Pero si no le hacemos caso, la vida nos pondrá impedimentos desde afuera para obligarnos a detenernos: una enfermedad, un accidente, o lo que sea.
No es que Saturno sea malo, sino que a veces actuamos con torpeza.
-Miguel Caparrós- Astrología Psicológica
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